Nadie ha visto al amor caminando por París. Nadie ha visto al amor gastar la vida en un arduo y agotador trabajo con tal de llevar pan y vestido al hogar donde esperan los hijos. Nadie ha visto al amor acariciar una nueva vida que abre los ojos al mundo ni nadie ha visto tampoco al amor dar el último adiós a la persona amada tras años felices de matrimonio. No, al amor no lo ha visto nadie. Y es que al amor nadie lo puede ver con los ojos externos; se percibe, pero no con los ojos del cuerpo, sino con los del alma.
Sí hemos visto a dos enamorados pasear tomados de la mano regalándose besos como si estuvieran en oferta y sabemos que ahí hay amor. También hemos visto al padre de familia que trabaja de sol a sol, incluyendo los días nublados, hasta el cansancio por sus hijos, su esposa, sus padres, porque a ello le mueve el amor. También hemos visto la inigualable caricia materna al niño que abandona el seno para entrar en la escena de este mundo. Hemos visto la mano de uno de los cónyuges enjugando las propias lágrimas que expresan, en un sentido adiós, la gratitud por la fidelidad vivida, los momentos tristes y alegres en que estuvieron unidos.
No hemos visto el amor pero sí sus manifestaciones. Por eso festejamos al amor no en abstracto sino en lo concreto del único ser capaz de amar: la persona humana. Tan importante es festejarlo que se le ha dedicado un día. Esta celebración, en última instancia, nos deja ver nuestro gozo convertido en fiesta, nuestra intención, a veces empequeñecida por el utilitarismo, la publicidad y la mercadotecnia, que busca decir que el hombre no es pura materia sino que la trasciende, que tiene aspiraciones, que sabe que su vida no se agota en este paso fugaz por la tierra. Y es que somos capaces de amar y esta capacidad no es propia de nuestras manos, lengua, oídos: de ningún sentido físico. Los actos de amor sólo los produce y percibe el alma; alma que nos habla de la magnitud, de la estatura, del valor del ser humano; alma que nos lleva a defender y pregonar el valor y dignidad del hombre.
Cada vida es única e irrepetible. Toda vida es digna de amor y fuente de amor. El 14 de febrero no celebramos al amor en abstracto sino al amor en concreto. Y esto vale lo mismo para la nueva vida recién concebida, para el feto de 12 semanas, que para el enfermo postrado en cama y el ancianito que regala sus últimas sonrisas.
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