domingo, 14 de septiembre de 2008

El escritor es un ser sorprendido.

"Mi literatura nace de un empacho de asombro. El escritor es un ser sorprendido"
"La dificultad de expresar sentimientos conduce a la ruptura del párrafo, que está muy ligada también a la narrativa oral"
"Mi escritura es un proceso de recaptura mediante la memoria y de reelaboración mediante el oficio"


Con la publicación de Huerto cerrado, en 1968, se abría una nueva y sorprendente página en la literatura, sobre todo en la literatura que se escribe en español. En esa página, Alfredo Bryce Echenique ha ido trazando un personalísimo camino creativo que, partiendo de Perú, ha recorrido también otros continentes, a veces por las amplias avenidas de la memoria, a veces por los estrechos callejones del sentimiento, ahora yendo, luego regresando, teniendo siempre como única guía la propia sensibilidad y, como vehículo, ese estilo característico que hace creer a quien se deja llevar por él que es oyente de lo que lee.

Tras aquel primer libro de cuentos llegaron otros, pero llegaron también novelas, como Un mundo para Julius o ese memorable díptico en el que Martín Romaña navega por los mares de la imaginación y del sentimiento a bordo de un sillón Voltaire.

Bryce Echenique sigue escribiendo y se encuentra quizá en un momento de plena madurez literaria. El pasado 1995 ha sido para él un año muy fértil, sobre todo en el terreno editorial: el hito principal lo marca la publicación de su por ahora última novela No me esperen en abril (Anagrama); por otra parte, Espasa Calpe ha editado una antología de su narrativa bajo un título indudablemente cargado de sugerencias, Para que duela menos, interesante panorámica apoyada en un sólido estudio que, a modo de introducción, ha realizado el crítico Juan Ángel Juristo sobre la obra del escritor peruano; al acabar el año, aparecía además en el mercado el volumen Cuentos completos (Alfaguara), una recopilación de sus relatos y de otros textos muy característicos.

Resulta obvio decir, por tanto, que últimamente se ha hablado y se ha escrito mucho sobre la obra de Alfredo Bryce Echenique. Así que nuestra conversación en su casa de Madrid se planteó desde el principio como un abordaje a la figura del escritor y su proceso creativo, más que como repaso de sus ya numerosos libros publicados, desde la certeza, claro está, de que autor y obra no son fácilmente separables, y menos en este caso.

Acababa de volver a España después de pasar una temporada en los Estados Unidos como profesor invitado por la universidad de Yale. La charla se desarrolló sin prisa. Su actitud era a veces concentrada, hurtando la mirada apenas entrevista; otras veces divertida, con una risa más guasona que alegre. Su voz, pausada, fluyendo bajo la visera de un bigote muy poblado, parecía provenir de muy adentro.

- Hay quien escribe por necesidades de expresión y quien lo hace con el objetivo de vivir de la literatura; otros incluso ansían la fama y la inmortalidad. ¿Cuál es su caso?
- Uno escribe por necesidad. Lo hago porque me gusta, porque me encuentro cómodo en ello. Desde niño fui siendo conducido a la conciencia de que lo que deseaba era escribir, antes de desear ser escritor, y después fui asumiendo el oficio con todas sus consecuencias. Siento la necesidad de hacerlo, constantemente pienso en ello; en fin, es algo que está ligado totalmente a mí y ya una parte importantísima de mi vida es escribir. Le he dedicado muchos años e incluso mucho trabajo extraliterario. El hecho mismo de haberme venido a Europa y haber dado clase en colegios y universidades por aquí y por allá era probablemente porque no pensé nunca que la literatura era un oficio que me iba a dar de comer. Si eso lo he conseguido al cabo de los años, es un resultado pero no es una búsqueda. En cuanto a la gloria y la fama, no van mucho con mi carácter.

- ¿De qué se nutre? De la memoria, la imaginación, las musas, la literatura ajena, el buen oído...
- Yo creo que la memoria influye mucho en lo que escribo, es un proceso de recaptura mediante la memoria y de reelaboración mediante el oficio, el trabajo, la imaginación. No creo que deje nada a las musas, las musas son el trabajo y nada más. Y sí, en mi vida hay dos tipos de experiencia que se marcan en la literatura: la vital, la que me ha dado el ser quien soy y como soy, mis viajes, mi estancia en distintos países, mis recuerdos de Perú, mis recuerdos de Europa, los muchos años que llevo ya por aquí; y la otra experiencia, que yo creo que es muy importante, es la cultural, el hecho de haber sido durante mucho tiempo profesor universitario y haberme dedicado a la cultura latinoamericana, no solamente a la literaria, sino a la sociológica, a la política, etcétera. Y haber leído tanto. Es importantísima para mí la literatura; en los momentos en que escribo leo mucha novelística y literatura en general. La literatura de los demás me ha servido mucho, me ha estimulado. Una buena novela es un gran acicate para una persona que está escribiendo; tal vez lo sea para mí en particular, porque siempre he sido un escritor más intuitivo y emotivo que racional: necesito estímulos -que suelen venir de los libros, de la grandeza de la obra de otro- que me hagan sentir que también yo quiero escribir, que me justifiquen un poco. Nunca he sido demasiado profesional, en el sentido frío del término, necesito estímulos afectivos para escribir y llego a establecer relaciones muy afectivas con determinados libros. Hay escritores importantes a los que uno vuelve siempre: esta mañana estaba leyendo unas cosas de Stendhal, por ejemplo; este otoño que he pasado en Estados Unidos he leído mucho a Rabelais y a otros clásicos franceses y todo eso me espolea. Hay algunos estimulantes seguros, como Cervantes, pero también los hay imprevistos, porque de repente puede caer en tus manos una buena novela de algún joven, de algún amigo, y eso también es un estímulo.

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